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Entre enroques, celadas y jaques: los 70 años de historia del Club de Ajedrez de La Plata

Entre enroques, celadas y jaques: los 70 años de historia del Club de Ajedrez de La Plata

Tuvo su esplendor en los 70, y hoy lo juegan gente joven, mujeres y antiguos socios. La sombra de Walsh y un amor por las partidas que cambió de ropaje. 

Es un lunes de verano en la sede del Club de Ajedrez La Plata, ubicada en la planta baja de una casona de estilo neocolonial del siglo XIX, en la esquina de 6 y 54, son las ocho de la noche y comienza la última partida del Clásico de los Lunes. Entre dos grandes vidrieras que dan a las aulas, la puerta del club permanece abierta. Afuera, el sonido de la calle comienza a amainar. Algunos bocinazos rezagados siguen celebrando que Argentina ganó el Mundial de Fútbol. Adentro, nadie habla de eso.

En el gran salón de paredes grises, altas columnas de color crema y pisos de pinotea, reina el silencio. Si alguien eleva la voz por encima del susurro, recibe un chistido desde el centro del lugar, donde ocho parejas de ajedrecistas se distribuyen en tres hileras de mesas, observando sus tableros como hipnotizados bajo lámparas de luz blanca. Permanecen así durante los más de 60 minutos que dura la partida. Se podría aventurar que si afuera estallara una guerra, ellos seguirían jugando. Esa pasión que sólo los ajedrecistas entienden.

El Clásico de los Lunes y el Torneo Carlos García Palermo son algunos de los principales torneos del club, que nació en otro lugar, en una época en la que se jugaba al ajedrez casi tanto como al fútbol.

Aunque no hay registros se cree que en Argentina se jugó al ajedrez desde la colonia, por el grado de desarrollo alcanzado en el siglo XIX, mientras todavía era un entretenimiento de las clases altas. Su expansión se dio en los inicios del siglo XX, cuando comenzó a convivir con el billar, las cartas, los dados y otros juegos de mesa en confiterías y bares. El Café Tortoni, la Confitería Richmond y el Café de los Catalanes, en Capital Federal, fueron de los primeros. También se jugaba en clubes deportivos. El Jockey Club, en rigor, fue emblemático. Pronto se fundaron entidades dedicadas exclusivamente al tema, como el Club Argentino de Ajedrez, en 1905.

Club de París, donde se celebraron las primeras partidas

En La Plata, hacia 1921, el núcleo principal estaba en el Café París, en 7 entre 54 y 55, y luego se trasladó a los sótanos del bar Munich, de 7 y 54. Según surge del archivo del investigador platense Nicolás Colombo, allí se fundó el primer Club de Ajedrez La Plata, de existencia efímera, luego de que un incendio arrasara el lugar. En esa época también se jugaba en la Biblioteca Euforión y en otros clubes, entre los que se destacaban Estudiantes, Gimnasia y el Jockey Club, donde en 1925 se disputó el primer Campeonato de La Plata.

Para la década del ‘50 uno de los lugares donde más se jugaba era el Bar Rivadavia, ubicado en 50 entre 7 y 8, donde hoy se encuentra la galería del mismo nombre. Allí, en 1949, se fundó el Club de Ajedrez Rivadavia, que también duró poco: tres años después, la mayoría de sus socios migró hacia el flamante Club de Ajedrez de la esquina de 6 y 54.

¿Cómo logró un grupo de ajedrecistas instalarse en el amplio salón de la planta baja de la monumental Casa de España? Es una pregunta de respuesta compleja, coinciden hoy varios de sus socios y autoridades.

Alberto Meunier, el socio más grande.

Gabriel Cappelletti, ex presidente del club, es quien mejor conoce la respuesta, que podría resumirse así: desde 1924 funcionaba allí el Club Español, creado por la Sociedad Española, que agrupaba a entidades mutualistas de inmigrantes de esa comunidad. Cerca de 1940, la sociedad vendió el inmueble a una familia de apellido Neiman, con la condición de que el Club Español siguiera funcionando en la planta alta, aunque ya no le perteneciera. Quince años después, el gobernador peronista Víctor Mercante expropió el inmueble a los Neiman, para instalar oficinas administrativas en la planta baja y devolver la titularidad de la planta alta a la Sociedad Española. Finalmente las oficinas no se establecieron: en su lugar se instaló una unidad básica y se abrieron las puertas a los ajedrecistas, según Cappelletti, “para darle un barniz cultural al lugar”.

Así fue como el 18 de noviembre de 1952 se fundó el Club de Ajedrez Eva Perón, que se llamó de ese modo porque era el nombre de la ciudad en esa época. Cuando en 1956 la autodenominada Revolución Libertadora derrocó a Perón, La Plata recobró su nombre original y el club fue rebautizado. Más tarde, la familia Neiman reclamó la propiedad ante la Justicia, que le dio la razón, pero como no pudo devolver el dinero que había recibido por la expropiación, el fallo prescribió. Luego fueron las autoridades del Club Español las que intentaron desalojar a los ajedrecistas, pero ya habían transcurrido más de 30 años, el tiempo necesario para invocar la posesión de la propiedad. Curiosamente, cuando en 2003 el inmueble estuvo a punto de ser rematado por una demanda contra el Club Español, el hecho de que no le perteneciera por completo lo salvó del remate.

Hoy, el edificio forma parte del Patrimonio Histórico de la ciudad.

PRINCIPIOS Y MAESTROS 

Desde sus orígenes, los objetivos del club fueron: fomentar el estudio y la práctica del ajedrez; organizar torneos y actividades vinculadas; desarrollar un ambiente solidario y cordial entre sus asociados. Pronto fue creciendo en cantidad de socios y concurrentes y sus torneos se robustecieron. De todos, se destacaron el Torneo Platense y el Torneo Extraordinario del ‘64 y el ‘65, de importancia nacional, con la participación de los maestros Rosseto, Eliskases, Schweber y del campeón mundial argentino juvenil Carlos Bielicki. Hubo partidas simultáneas con maestros como Filip y visitas de campeones mundiales como Petrosian y Kasparov. Con el tiempo, el club se distinguió en la formación de ajedrecistas: Raúl Ocampo -cuatro veces campeón platense-; Daniel Contín -ganador del mismo título en siete oportunidades- y el maestro Alfredo Cordero, crecieron allí.

Fachada antigua de la Casa de España

Entre sus profesores sobresalía el alemán Paul Michel, que había llegado a la Argentina en 1939 para competir en las Olimpíadas de Ajedrez, en las que salió campeón con su equipo. El evento coincidió con el inicio de la Segunda Guerra Mundial y eso motivó que Michel, su compañero Erich Eliskases, el gran maestro polaco Mendel Najdorf y otra veintena de ajedrecistas de los países en guerra, se quedaran en Argentina.

Michel fue el único que se radicó en La Plata y, al igual que sus colegas, se ganó la vida dando conferencias, participando de torneos y enseñando. Fue un gran impulsor del campeón platense Raúl Ocampo, con quien jugaba casi a diario. Hasta el día de hoy, Ocampo recuerda que Michel, con su acento alemán, solía decirle: “Voy a dar chances”, y hacía alguna jugada inferior para que él descubriera cómo aprovecharla.

El aporte de estos jugadores elevó el nivel del ajedrez en Argentina, que ganó relevancia mundial y llegó a ocupar el segundo puesto en las Olimpiadas por equipos en tres ocasiones consecutivas, durante la década del ‘50.

EL SOCIO MÁS GRANDE 

Con los años, el club fue nutriéndose de nuevos socios, en su mayoría llegados del interior para estudiar en la Universidad Nacional de La Plata. Hoy los más pequeños tienen 4 años y el más grande, 90. Se llama Alberto Meunier y para su cumpleaños lo sorprendieron con un homenaje. Él siente que allí todos son sus amigos. Sentado en una de las aulas del club, con suéter rosado y pantalones oscuros, el pelo y el bigote plateados, tan prolijos, Alberto recuerda nítidos sus inicios, en 1956, cuando leyó en el diario El Día una nota titulada “Eliskases y su timidez”.

El equipo alemán tuvo un paso legendario

-A mí me interesó porque la timidez es una condición humana. Así como están los desfachatados, los corajudos, están los tímidos y dije: ¿qué es esto?

Intrigado, Alberto compró un juego de ajedrez, comprendió rápido las reglas y replicó la partida que mostraba el diario pero no vio más que eso: una partida. Entonces se asoció al club, comenzó a jugar, y un día entendió.

-Vi que Eliskases no ganó por miedo, porque estaba en mejor posición pero el adversario se avivó y le pidió tablas, que es un empate de común acuerdo. Y él no se animó a decirle que no.

Para cuando llegó a esa conclusión, Alberto ya había sido tomado por el ajedrez. Empezó a competir y subió categorías: de novicio a cuarta y así hasta la primera. Participó de torneos y enfrentó a Carlos Bielicki, el argentino Campeón Mundial Juvenil del ‘59, en partidas simultáneas. Perdió. “Te ganan, los maestros te ganan”, explica hoy. Sus mayores logros en ese tipo de partidas, en las cuales un maestro enfrenta a varios jugadores al mismo tiempo, fueron contra los campeones nacionales Hugo Spangenberg y Claudia Amura, con quienes empató. 

A lo largo de su vida conoció todas las etapas del club y observa con gusto el momento actual, en que se suma gente nueva, joven, incluso ajedrecistas mujeres, que siempre fueron pocas. Sin embargo, guarda un cariño especial por los años de esplendor, en los ‘60 y los ‘70, cuando se jugaban torneos por categorías y los grandes maestros internacionales venían a dar simultáneas allí y en otros clubes de la ciudad.

En esa época vio jugar a los campeones mundiales Kasparov, Spassky y Karpov y fue testigo de las simultáneas que en 1970 disputó en Estudiantes el norteamericano Bobby Fischer, que dos años después iba a convertirse en campeón mundial, tras vencer al soviético Borís Spassky, interrumpiendo así más de 20 años de supremacía rusa. Ese día, Alberto vio cómo el entonces adolescente Carlos García Palermo venció al prodigio Fischer. Con los años, García Palermo llegaría a estar entre los 40 mejores del mundo y a convertirse en Gran Maestro, el título más prestigioso, vitalicio, otorgado por la Federación Internacional de Ajedrez.

Carlos García Palermo, el platense que venció a Bobby Fischer

Como si fuera ayer, Alberto recuerda que ese día, al terminar la partida, el norteamericano estrechó la mano de su contrincante y, ágil, arrancó el papel donde García Palermo anotaba sus movimientos. Luego se lo guardó en el bolsillo.  

-Debió llevárselo para ver dónde había metido la pata -supone Alberto-. Porque los maestros también meten la pata.

EL MITO DE WALSH 

“Aquí jugaba al ajedrez Rodolfo Walsh”, dice una placa conmemorativa en la fachada del club, en homenaje al escritor y periodista desaparecido. Como muchos de la primera camada, Walsh comenzó en el Bar Rivadavia y luego se asoció al Club de Ajedrez, que quedaba cerca de su casa, ubicada en 54 entre 3 y 4.

Una noche de diciembre de 1956, mientras jugaba una partida, alguien le dijo “hay un fusilado que vive” y así supo que en junio de ese año, en José León Suárez, habían fusilado a 12 civiles inocentes, acusados de participar del levantamiento cívico-militar que buscaba derrocar a la dictadura de Aramburu. Ese fue el punto de partida de una investigación que lo llevó a descubrir que eran siete los sobrevivientes, cuyo calvario relató en Operación Masacre, la novela que inauguró la literatura de No Ficción.

Tal vez porque Walsh nunca precisó en qué lugar escuchó esas palabras o porque su figura siempre se asoció al Club de Ajedrez, se suele creer que fue allí donde se pronunciaron. Sin embargo, fue en el Bar Rivadavia. El dato se deduce del prólogo de Operación Masacre, donde el autor menciona que estaba “en un bar donde se jugaba al ajedrez” cuando le llegó la revelación. En ese mismo bar, prosigue, se encontraba la noche de los fusilamientos, junto a otros ajedrecistas, cuando escucharon los tiros del asalto al Comando de la Segunda División y al Departamento de Policía, que eran parte de los tres focos del levantamiento frustrado.

Tras huir del bar, Walsh cruzó la plaza San Martín en dirección a calle 54, para llegar a su casa, algo que desde el Club de Ajedrez hubiera conseguido doblando la esquina. La confusión fue aclarada en varias notas periodísticas. La más reciente, de octubre de 2020, publicada en Infobae. Pero además, hay un ajedrecista que estaba con Walsh en el Bar Rivadavia cuando escucharon los tiros, que hasta el día de hoy asiste religiosamente al club. 

-Después de esa noche, no lo volvimos a ver.

Humberto Salvatierra, a sus 89 años, sentado en el salón principal una tarde de diciembre de 2022, con la voz granulada y la memoria recia, cuenta sobre la época en que conoció a Walsh, en el Bar Rivadavia. Ambos formaban parte de un grupo de nueve amigos veinteañeros que se reunían para jugar al ajedrez y a las cartas. Tomaban mate, escuchaban tango y conversaban sobre carreras de caballos, bailes o chicas, pero el núcleo, recalca Humberto, era el ajedrez. Recuerda a Walsh como un hombre común, que no era simpático, con quien no compartía una amistad pero sí el gusto por la literatura policial.

Una placa en conmemoración de Rodolfo Walsh

La predilección de Walsh por el ajedrez era grande y eso se reflejó en sus creaciones. Además de estar presente en Operación Masacre, se encuentra en sus cuentos Zugzwang y Asesinato a distancia y en su obra de teatro La batalla. Sin embargo, según Humberto, esa pasión no tenía un correlato en sus habilidades frente al tablero.

-Era malo.

-¿Por qué?

-Y… Ahí ya entramos en la disquisición sobre qué es el juego de ajedrez. Al ajedrez se puede jugar mal, bien, muy bien. El asunto es jugarlo: amar un hermoso juego, que es el símil de la vida. Originariamente es un juego militar en el que hay que combatir al otro ejército hasta agarrar al rey adversario. Es un combate. Un desarrollo. Lógicamente, hasta llegar a ese lugar, hay mucho por caminar. Y ese mucho por caminar es donde se van alternando todos los acontecimientos de la vida: las dificultades que hay hasta llegar ahí. La dificultad enorme que a veces te produce tu propia derrota. Si lo entendés, aunque no juegues bien, te vas a dar cuenta de muchas cosas en cuanto al comportamiento humano: si una persona es agresiva, si es estratega, si es defensiva. Toda la caracterología del ser humano está en el ajedrez. Moviendo las piezas al tun tun, todo el mundo juega. Pero si lo entendés, te vas a dar cuenta de muchas cosas. Él no lo entendía.

Las nuevas generaciones se acercan a conocer el juego

Humberto recalca más de una vez que nadie del grupo imaginaba que Walsh se convertiría en revolucionario y que nunca hablaron de política. Meses después de aquella noche en que escucharon los tiros desde el Bar Rivadavia, Walsh se mudó a Tigre y adoptó una identidad falsa para investigar los fusilamientos durante el gobierno de facto. A partir del ‘70 se incorporó a la organización guerrillera peronista Montoneros. Humberto y sus amigos se enteraron por los diarios y temieron por sus vidas.

-Estábamos todos asustados porque si sabían que pertenecíamos a un grupo donde estaba él, nos limpiaban.

El 24 de marzo de 1977, Walsh escribió la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, en la que denunciaba las torturas, fusilamientos y desapariciones cometidas durante el primer año de dictadura. Al día siguiente, Humberto se enteró por los diarios que había desaparecido.

LOS AÑOS OSCUROS 

Durante gran parte del siglo XX, en Argentina, la vida transcurría en los clubes. La pauperización económica que comenzó con la Dictadura del ‘76 y se profundizó en la década del ‘90 socavó las bases de esas instituciones que vivían del aporte de sus socios. El fenómeno abarcó desde los clubes de barrio hasta los de la elite. Instituciones como el Jockey Club y el Club Español se convirtieron en carcasas monumentales de un tiempo que no iba a volver. El Club de Ajedrez no fue ajeno.

Hacia fines de los ‘90, además, el juego competía con su versión virtual. La fuga de ajedrecistas se acentuó entre 2000 y 2005, período que más de un socio recuerda como “los años oscuros” y que comenzó cuando el presidente de turno echó a la comisión directiva y sumió al club en un estado de latencia. Aunque las puertas seguían abiertas, los potenciales socios no se quedaban y los de siempre emprendían el éxodo hacia otros clubes o abandonaban. No había torneos. Tampoco mantenimiento. El cielorraso se desgranaba y las paredes se enmohecían.

La única solución posible parecía ser la misma que habían adoptado el Jockey Club y el Español: subalquilar el espacio para eventos y arrumbar a los ajedrecistas en el fondo. Pero los ajedrecistas resistieron, se agruparon y armaron una “revolución”: llamaron a elecciones, constituyeron una nueva comisión directiva y desplazaron al presidente anterior. Poco a poco, los socios comenzaron a volver, al igual que los torneos y los cursos. Los tres pilares que generan los ingresos con los que el club se autosustenta y que destina, en su mayor parte, a obras de mantenimiento.

De esos tres pilares, el principal es la enseñanza, cuya oferta se ha diversificado, con clases de ajedrez para niños, para adultos principiantes, intermedios y avanzados, cursos de ajedrez en inglés y un intensivo de verano. La escuela para niños tiene la mayor concurrencia. Allí se formaron los miembros del equipo que en 2018 ganó el Torneo Internacional de Ajedrez “El Peoncito”, y también los hermanos Ariel y Daira Isis Véliz Lozano, recientes campeón argentino Sub 20 y campeona sudamericana.

LA VIDA NUEVA 

En sus 70 años de vida, el único momento en que el Club de Ajedrez cerró sus puertas fue cuando se decretó el aislamiento obligatorio por la pandemia de Covid-19, en marzo de 2020. Un período que comenzó plagado de incertidumbres y derivó en un nuevo renacer. Las clases y los torneos pasaron a ser virtuales y, lejos de menguar, la cantidad de jugadores creció exponencialmente. Hubo competencias en las que llegaron a ser más de 500.

El fenómeno se replicó en todo el mundo y a fines de ese año se exacerbó con el estreno de la serie Gambito de Dama, en Netflix, que despertó un nuevo interés por el juego, incrementando, en el país, un 200% las ventas de tableros, descargas de aplicaciones y clases online, según fuentes del sector. Cuando el confinamiento terminó, en La Plata, muchos de esos nuevos jugadores buscaron estar frente a frente con su adversario.  

El actual presidente del club, Gabriel Tokatlián, entrega una placa durante un homenaje a Alberto Meunier

-No es lo mismo que ver la computadora. El que prueba el ajedrez presencial, y le gusta el ajedrez de verdad, encuentra otra cosa -distingue Gabriel Tokatlián, presidente del club, quien estima que la cantidad de socios creció entre un 30% y un 40% después del confinamiento-. Tiene otra adrenalina estar sentado con una persona adelante, con el reloj corriendo. Nunca va a ser lo mismo.

Tokatlián fue elegido a principios de 2022 por un período de dos años. Asiste al club desde los 13 y, al contrario de lo que podría esperarse para una autoridad de una institución de 70 años, de un juego que se juega hace siglos, no pasa los 40, como varios de los que hoy integran la comisión directiva. Son los miembros de esa camada los que impulsaron la presencia del club en internet, con una web completa y actualizada y una participación activa en redes sociales, donde transmiten los campeonatos en vivo por Youtube y Twitch y se relatan en tono satírico en Instagram.

En esta etapa de la vida del club, se busca que sea un lugar accesible: desde quien quiera aprender a mover las piezas hasta la alta competencia, y que siga cumpliendo su función social, con precios accesibles y facilidades “para que nadie se quede afuera”.

Para su 70° aniversario, los festejos fueron íntimos. Tokatlián reconoce que habían comenzado a planificar una gran celebración, con homenajes, pero no llegaron.

-Es tanta la historia que no queremos que se nos escape nada, por eso vamos a hacer algo grande para los 75 años, porque además creo son las bodas de diamante ¿o son las de platino?

Pregunta, como si se tratara de la celebración de un amor que sobrevivió incólume al paso del tiempo.  

¿QUÉ ES BEGUM?

Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.